miércoles, 10 de mayo de 2006

Torrija contrahecha

Es verdad que en menos de veinticuatro horas se me ha curado la disforia por completo y ya no tengo tantas ganas irrefrenables de tirar a la basura las criaturas monstruosas que engendro. Porque es una tontería estar triste cuando tienes tan buenos amigos que soportan con estoicismo tus verborreas telefónicas y te hacen pasteles, y que te sacan por ahí un domingo por la noche en plan cuelgue total. (Polisíndeton inevitable). Anoche vino la Equis a cenar a la madriguera real con espíritu de columpio y piruletas y llenó un cáliz entero de calimocho para celebrar que era domingo de resurrección. (Hipérbaton inevitable). Y también comimos espinacas, claro, con un par de huevos, y las contrahechas torrijas de Victoria Frankenstein a modo de postre. (Durante una décima de segundo contemplé la hipotética posibilidad de hacerme vegana de verdad, porque me acordé de las cabritas recién nacidas que se vieron despojadas de su leche materna que les correspondía, y luego mira, ahí estaban mis abominables torrijas, vergonzosamente gordas y pesadas, hinchadas como una esponja de absorber tanta leche caprina. Pero es que luego me acordé también de que el queso sale de la leche, que es un producto animal, y yo no puedo vivir sin el queso, mi manjar celestial).



Y como había que celebrar la resurrección del señor, cogimos una cantimplora de calimocho y nos teletransportamos a la Plaza de Chueca, cegando con nuestra orgía de colores a los pobres urbanícolas que hacían de figurantes en el metro en ese momento, y cantando la canción del universo y las casitas de muñecas donde celebraba fiestas donde sólo estaba yo, y ya de paso, con la excusa del domingo de resurrección celebramos también que soy un año más chica (porque soy más mujer, quizás). Y una vez en el hábitat de siempre, nos hicimos las reinas de la pista y acabé fatigada de tanto hacer de gogó con pasos inventados, pero qué pechá de reír me di.

Hoy tengo una resaca considerable, y me da la sensación de que he matado unas cuantas neuronas de golpe, me pesa menos la materia gris, porque anoche entré de lleno en la fase de la cogorza total y del analfabetismo pleno; estaba tan ciega perdida que no podía ni leer el mensaje que me mandó Mafalda; me duele el cuerpo, y la tripa, como dicen aquí en Madrid, y las pestañas y el pelo, pero estoy muy contenta por todo en general, porque me funcionan los cinco o seis sentidos bastante bien, por los abrazos de osa menor, por las bicicletas y las gafas de pasta. La casa está otra vez puerca y acogedora, con pegotes en el suelo, y ya he caído en la cuenta de que no tengo motivos para estar con penas ni chorradas. Y no pienso trocear más pastillas de las de crecer en los petisuís oníricos, porque es muchísimo mejor ser una Emperatriz Infantil con sangre azul en el mundo de Fantasía.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

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