martes, 14 de abril de 2009

Megalón, el último gigante

Había una vez, en una vieja y descascarillada ciudad portuguesa, un cementerio de gigantes...

...Much@s no sabían de su existencia, por encontrarse muy alto en la montaña, envuelto entre la niebla, pues era famosa la ciudad por su tupido chal de brumas... Sólo cuando salía el sol podían divisarse los nichos gigantes, allí muy alto, colgando sobre el Duero.

Los gigantes eran los mamuts de entonces : seres que poco a poco se extinguían, que iban muriendo muy quedo; ellos cada vez menos, los nichos cada vez más repletos.

Hace ya algunas décadas que vivió allí Megalón, el último de ellos, un gigantes tímido y bonachón. Megalón no era el cíclope que mató Odiseo. Él, de proporciones colosales, de hechuras inverosímiles, él, quién lo diría, era sin embargo demasiado miedoso, tan fuerte y tan frágil, y por eso jamás se dejaba ver. Prefería vivir alto en las cumbres, merodeando por entre los enormes nichos del cementerio.

Pero no le fue favorable la fortuna y un buen día, uno de esos en que se disipan las brumas, fue descubierto por unos lugareños que fueron a parar allí...Gran desgracia para Megalón y su clan. Quienes lo vieron dieron parte a quienes no lo vieron, y en seguida se organizó una masiva expedición a las cumbres. Había que liberar al pueblo de tan grande amenaza.

Fue una húmeda noche del mes de abril, con nocturnidad y alevosía. Eran decenas, casi cientos los aguerridos hombres del lugar, valientes, dispuestos a acabar con el peligroso gigante, aquel goliat, aquella malvada esfinge. Así, fue rápida la gigantomaquia, y al final, el bueno de Megalón fue muerto sin demasiada resistencia. Su gigantesco corazón dejó de latir, el corazón más grande que había en el mundo entero. Fue él el último gigante; con él dejaron de existir. Sus restos, como los de todos los que le habían precedido, fueron a parar al viejo cementerio.

A nadie sorprendió su muerte. Y es que es lo que hacen las personas: liquidar al monstruo, liquidar al otro.

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