miércoles, 22 de marzo de 2006

Impresiones marítimas

Si has construido un castillo en el aire, no has perdido el tiempo, es allí donde deberia estar. Ahora debes construir los cimientos debajo de él. George Bernard Shaw.

Observo el firme trazo del horizonte partir en dos cielo y tierra. (Y me estiro y bostezo). Veo la playa, de arena no muy limpia (aunque eso desde la ventana de casa no se distingue casi), y veo las gaviotas griposas que me observan con una llama roja en los ojos.

Veo por insistencia de la Gran Jefa unos videos caseros en los que aparezco yo misma convertida en un bebé horripilante y rollizo y con pelo de monje. (Dudo de verdad que yo pueda ser la misma persona). Y confieso que hay alguna fibra sensible que se me destensa en algún punto del mecanismo interno. Puede que sea incluso algún resquicio de mi instinto maternal que siempre permanece oculto y raras veces se manifiesta. (Por no decir nunca). Y después de ver los videos no puedo evitar querer muhísimo a mi madre, a pesar de que tenga tanta ropa de color marrón y de color caqui y en general, de tonos tierra, a pesar de que diga que Madonna es una mujer sumamente vulgar y de que piense que mi lesbianidad es una fase más que incluir en el inventario de avenates excéntricos como el de querer cambiarme el nombre, y a pesar de que quiera jubilar el sofá del cuarto de estar en el que llevo sentándome y repantingándome desde que bebía potitos (los sigo bebiendo, pero como complemento alimenticio, y por incomprensión y capricho, no por necesidad). La quiero a pesar de todos estos pesares (que pesan mcuho, lo sé, pero cualquier peso es liviano al lado del amor que me profesa la Gran Jefa). La quiero inmensamente, porque su cariño es absolutamente incondicional y desinteresado.

Me horneo al sol cual lagarto de frías arterias, con mi atención dividida entre Lady Bótox y Orlando. (De vez en cuando me doy la vuelta para hacerme bien por los dos lados y que no se me quede la carne cruda). Estrujo con fuerza a Lady Bótox, que es el animal qué más adoro en el mundo entero. Una palmera resentida conmigo desde que me fui de Málaga me dispara sus proyectiles de dátiles pero afortunadamente sin demasiada puntería. Ya puedo distinguir unas diminutas esmeraldas en los esqueletos arbóreos de los plátanos, porque la primavera aquí empieza al mismo tiempo que en el Corte Inglés, por inverosímil que esto resulte.

Rompo un poquito (sin querer queriendo) las férreas leyes del vegetarianismo y me como involuntariamente una croqueta, y también una partícula de jamón serrano mimetizada por completo con los champiñones y los guisantes de la menestra (esta última sin querer de verdad). (El pollo griposo, en un arrebato de ira febril, se confabulará con la vaca loca y juntos me asaltarán en sueños). Pienso en las ánforas de sueños que están vacías por dentro y busco mil maneras de rellenarlas. Algunas de ellas se han resquebrajado y desintegrado en mil partículas. Otras están guardadas en algún sótano lleno de humedad y necesitan ser urgentemente re-modeladas. Pienso otra vez en los castillos aéreos semiderruidos. (Una idea conduce inevitablemente a la otra. Pertenecen al mismo campo semántico). Va siendo hora ya de construir los cimientos. Hablo por teléfono con algunas amigas. (Unas están aquí, otras más lejos, otras lejísimos en tierras anglosajonas o chilenas). La Pequeña Mara y yo hacemos divagaciones conjuntas sobre cuál puede ser la flor más hermosa, la amapola o la rosa, y sobre los almendros vestidos de novia que cualquier incomprendido venera inconscientemente en sus paseos por el parque (sea éste germanófilo o no).

Suena un piano de teclas invisibles con la música de Orgullo y Prejuicio. Esta noche quiero soñar con cosas bonitas, con las diversas reencarnaciones de Venus, con dibujos animados al estilo de Chihiro. Intentaré espantar a las vacas y los pollos griposos y sustituirlos por gafas de pasta, o petos, o corbatas, y hacer un divino popurrí de fetiches.

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