Gusano de seda

Yo, aunque nadie lo sepa, soy un gusano de seda. Siempre lo he sido, y en realidad, no lo lamento.

Es indudable que hay un elemento suave y resbaladizo en la seda que nos ennoblece y abre nuestros sentidos. La seda es agua que se desliza como una cascada por la piel desnuda. La seda despide destellos de colores. La seda es voluptuosa y elegante. Las verdaderas emperatrices y las verdaderas princesas siempre se visten de seda. (También las monas, y se quedan igual de monas). Pero a pesar de ello, un gusano no asciende a una categoría superior simplemente por estar fabricado con tejidos deslizantes. Yo siempre seré un gusano blanco y de andares lentos. Al nacer pensé que llegado un momento me metamorfosearía en mariposa. Estaba convencida de ello. Pero el momento llegó y nada cambió.

Quise volar a pesar de no tener alas. Volé con la imaginación primero, y un día perforé con mi cabeza un agujero en las paredes de cartón que me separaban del mundo que me rodeaba. El mundo más allá de los muros de cartón me aterrorizó y me maravilló a la vez, y entonces decidí explorar cada uno de sus infinitos rincones.

Y en esas estoy todavía. Tal vez si me hubiera convertido en una mariposa de colores cálidos y alas de papel, habría caído en las pegajosas redes de algún coleccionista sabio y despiadado. En ese caso, ahora no sería más que un cuerpo inerte con el corazón atravesado por un alfiler, y un nombre en latín escrito en una lápida a mis pies.