miércoles, 26 de diciembre de 2012

La indiferencia de las estrellas


Nada valha o amor de uma alma, e, se temos por sentimento  que o dar, tanto vale dá-lo ao pequeno aspecto do meu tinteiro como à grande indiferença das estrelas...
Fernando Pessoa

Es duro y difícil acostumbrarse a la falta. Peor es pensar que nos "hacemos" a todo: a que nuestras amigas estén muy lejos, a que nuestros padres estén lejos, a los que están lejos y no van a volver. Recordamos los gestos cada vez más difusos, como si los hubiésemos visto solo en una película. Peor es pensar que llega un punto en que ya la ausencia sólo nos dolerá como un pellizquito.... Aunque es cierto, es bueno, al final, acostumbrarse; así nos ha diseñado la naturaleza.

El camino es lento. Paradógicamente, la ausencia lo llena todo: llena todo lo que antes era presencia, como si   eso que echamos de menos (esa persona humana o ese animal humano, porque las personas pueden ser inhumanas, pero los animales no), fuese un enorme cuerpo líquido que hubiese llenado todos los rincones de mi ser. -Esto es lo que pasa: nadie me saluda al llegar; sólo hay un silencio pesado y los medicamentos de tercera edad perruna que siguen en el armario, muertos de risa, o muertos de pena-.  Aunque el dolor por la pérdida llegue a ser sólo un pellizco, no se puede borrar, porque no se irá hasta que nosotros hayamos muertos con nuestras memorias.

Soy de esos seres despreciables denostados en la canción de misa de cole Dónde está la juventud. Por mil cosas. Pero he llegado a un punto en que me da igual parecer una persona inhumana. No suelo querer a quien no conozco,  e incluso no quiero a quien conozco y debería querer.

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