miércoles, 22 de febrero de 2006

What is the grass?

Hoy estoy muy contenta porque hay mil tonterías que me hacen sonreír tanto interior como exteriormente. He tenido un fin de semana más que estupendo, y el lunes parece seguir anunciando mi buena racha. Tengo uno de esos días en los que me siento orgullosa de ser una incomprendida nata y me alegro enormemente simplemente por el hecho de estar viva. (Y todo eso a pesar de las ilusiones vacías que he ido tejiendo pacientemente para mí misma, de todos los castillos aéreos semiderruidos que he dejado a mi paso en una ambiciosa carrera como abeja constructora de sueños, a pesar de mi crisis de carerra, de mis innumerables defectos, de mi nariz, de las mollejas repulsivas que me han salido de tanto calimocho ingerido en sucesivas noches de katarsis). He amanecido hoy con mis sentidos abiertos y a flor de piel, dispuesta a deleitarme al máximo con cualquier estímulo sonoro, visual, culinario, olfativo, táctil que se cruze en mi predeterminada senda. (Porque el camino ya está trazado siempre de antemano, y lo sabes muy bien, Mónica). Quiero percibir la belleza en todas sus manifestaciones, la belleza en estado puro, quiero mostrarme tal cual soy (sin la cáscara translúcida que siempre me recubre, sin la capa de ironía propia de la mujer cebolla) y quiero recrearme en cada pequeño detalle que introduce un disimulado cambio en el transcurso de las horas del día. Intento de verdad abrir el libro del Marqués de Santillana para hacer algo productivo con mi tiempo, pero la visión del escobón delicadamente reclinado sobre la puerta es demasiado tentadora. Me entrego con fervor a la tarea de barrer el salón de casa. (La casa entera ha quedado devastada tras la guerra de nieve artificial que precedió al verdadero bombardeo en el Parque Germanófilo). El poliexpán desintegrado en cientos de diminutas bolitas blancas se ha entremezclado de tal forma con los vestigios de palomitas de maíz que ahora resulta imposible distinguir unos de otros. (El colosal carámbano de poliexpán con el que la Equis casi me abre la cabeza me sonríe maliciosamente desde el sofá). La acción destructora de las pelusas homicidas, cada día más gordas, se convierte en una amenaza inminente. El devastado campo de batalla me trae el bonito recuerdo de la madrugada del sábado, pero también soy consciente de que la guarrez reinante no es adecuada para una emperatriz, y me dedico con devoción a la limpieza a fondo del cubículo hasta que todo queda resplandeciente y sin mácula. Pienso en Alice, mi alter ego y doble transatlántico, recorriendo el continente americano para aterrizar en el estío del hemisferio sur. (La echo de menos). Me siento al sol en el huequecillo de la ventana a digerir las espinacas mientras me deleito con la lectura de Orlando, y aprovecho que nadie me ve para soltar una lagrimita de emoción. Nada hay como la prosa de Virginia Woolf para desatar en mí esa máxima expresión de lo sublime que tan bien definió Longino. (Lo sublime es un no sé qué de excelencia y perfección soberana del lenguaje). Las noches en los jardines de España me traen partículas de azahar y de Alhambra. Y fuera en el Parque Germanófilo van circulando esos perros que me han dado fama mundial. (Hasta el punto de que me cambié el nombre para aproximarme más a su especie). Intento controlar mis deseos desenfrenados de metamorfosearme en el gorrión que se ha posado en el alféizar, o de holgazanear al sol en el parque haciendo divagaciones sobre la verdadera naturaleza de la hierba.

Me preguntó un niño: ¿Qué es la hierba?, trayéndomela
a puñados.
¿Cómo podría yo responderle?...Yo no sé lo que es
mejor que él.


Los esqueletos arbóreos de Tim Burton se agitan de repente con un resoplido de algún céfiro encolerizado que anda suelto por ahí. El día se despliega ante mí lleno de infinitas posibilidades. Salgo a impregnarme un poco de los múltiples encantos de la Gran Urbe. (Que no ubre). Sigo amando Madrid incluso después de cinco meses. Tengo ganas de ponerme a bailar y a dar saltos por la calle, con mi MP3 nuevo. Cada momento tiene asignada una canción de mi banda sonora original. Cojo el metro con la esperanza de entablar una nueva conversación sobre Las Horas con alguna desconocida ebria o de encontrarme con algún urbanícola interesante que me dé idea para poner aquí en el blog, y así poder ahorrame un viaje a Las Musas. (Nuevamente dudo de la existencia de los urbanícolas más allá de las fauces del metro. ¿Acaso tienen vida una vez que dejan de ser figurantes de la escena en que la emperatriz se sube al metro?)Tengo ganas de encontrarme una vez más con el hombre que delicadamente guarda al pájaro en coma entre sus manos y que solemnemente exclama: En nosotros está la fuerza de la vida. (Una frase que me provoca risa y ternura al mismo tiempo, y que me recuerda que todavía hay gente mucho más friqui que yo suelta por esta metrópli). En el cibercafé donde gesto mi post suena la canción de Hung Up. Distingo unas gafas de pasta desde mi rincón. (Quizás me encuentre ahora mismo ante el clímax de mi día).

Estoy muy contenta a pesar de las inclemencias del tiempo y de las condiciones adversas. Buda me sonríe desde su santuario de bambúes y el pezón del queso tetilla (que se ha vuelto azul por el frío) me apunta amenazante desde la vitrina.

Besos, abrazos y carpe diem,

La Emperatriz.

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