lunes, 29 de julio de 2013

Analepsis y prolepsis

Hay que contenerse para no llorar en metros, trenes, autobuses y otros lugares públicos.

Pero la verdad es que tengo ganas de llorar. Tengo ganas de desaparecer, o de hacerme muy pequeña, de dar un salto en el tiempo y volver a tener tal vez cinco o seis años. Me veo a mí jugando con mi padre, veo a mi madre contándonos cuentos imposibles a la hora de comer, y me veo a mí, yendo a la playa en verano, comiendo helados o jugando a juegos acuáticos bestias con mi hermano. Y me gustaría volver a ese momento, aunque solo fuese para pensar que no hay nada malo, que  no hay nadie enfermo, que no se ha muerto todavía ningún ser querido, y que ni siquiera tengo la noción exacta de que todos nos morimos.

Hoy no quiero ser mayor. No quiero tomar decisiones*. No quiero pensar en mi futuro. No quiero pensar. No me gusta ser mayor.

Cuando sabemos que somos yogures con fecha de caducidad (o consumo preferente) todo cambia. Es la gran tragedia del ser humano y una de las cosas que nos diferencia completamente de otros animales. La muerte está atornillada a a la vida, y vivir es un viaje en paracaídas. Y eso no es una greguería. Eso lo dijo un poeta chileno. Morirse es tan fácil y todo el mundo muere a nuestro alrededor.

Cuando tenía seis años no sabía que la vida también era un poco de sufrimiento. No pensaba que yo tendría que cuidar de mi padre, que tendría que darle la mano al andar por la calle, llevarlo en coche a los sitios, prepararle medicinas o leerle historias a él. No imaginaba ni imagino que seguramente será peor. Que nuestros padres también se hacen mayores y mueren y que nosotros tenemos que buscar la manera para poder olvidar la muerte, la nostalgia y la soledad y poder hacer frente al mundo. Somos solos y somos perecederos, y eso explica todo lo que hacemos. Por eso tenemos hijos, tomamos responsabilidades, nos ennoviamos y nos casamos, nos drogamos, tenemos relaciones sexuales o buscamos placeres simples en las cosas más simples.

Yo llegué sin saber que los seres que queremos se van y no vuelven. Que nos ponemos enfermos. Que sufrimos por los que sufren. Que la vida pasa y cambia y que no podemos volver al pasado. Que somos adultos. Que nunca será exactamente como antes.

* Hoy he decidido rechazar un trabajo en Oporto. Pienso que no habrá otra oportunidad. Y Oporto es una ciudad donde desde hace años tengo muchas ganas de vivir. 

4 comentarios:

Paola Vaggio dijo...

Se me encoge el corazón cada vez te leo. A veces estamos tan enfrascados en nuestros problemas reversibles, que no valoramos lo bueno que tenemos. Me gustaría mandarte ánimos... y llora, en el metro y donde sea porque llorar nos libera. Sé que se pasa muy mal cuando tienes a tu padre o a tu madre enfermo. Un abrazo

Eloísa está debajo de un baobab dijo...

Llorar a lágrima viva

Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas,
las compuertas del llanto.
Empaparnos el alma,
la camiseta.
Inundar las veredas y los paseos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología,
llorando.
Festejar los cumpleaños familiares,
llorando.
Atravesar el África,
llorando.
Llorar como un cacuy,
como un cocodrilo...
si es verdad
que los cacuyes y los cocodrilos
no dejan nunca de llorar.

Llorarlo todo,
pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz,
con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo,
por la boca.
Llorar de amor,
de hastío,
de alegría.
Llorar de frac,
de flato, de flacura.
Llorar improvisando,
de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!
-Oliverio Girondo-

paula budge dijo...

Mucha fuerza en estos momentos complicados.
Un abrazo desde el otro lado del océano.

La Penca dijo...

Paola Vaggio: ¡Qué sorpresa! Cuántos comentarios... Muchas gracias por tus ánimos y por tu comentario :) Un abrazo para ti también.

Eloísa: Muchas gracias, ¡me ha encantado la poesía! No la conocía..Un beso :)

Paula Budge: Muchas gracias, y un abrazo muy grande para ti que estás al otro lado del océano :)