viernes, 19 de julio de 2013

Las cosas que no vuelven

Ayer estuve hablando con mi amiga Marga. Su padre también tiene cáncer y me estuvo contando cómo se va desarrollando el tratamiento. Me contó también que el hermano de una amiga de la infancia se había suicidado la semana pasada. Intercambiamos incertidumbres y ansiedades.

Ahora es mejor que hace unos meses. Estoy más tranquila y creo que más o menos lo peor ha pasado. Me conforta que mi padre me cuente que mi madre también lo pasaba mal porque tenía un estrés que no sabía canalizar y digerir, y que también lloró mucho tiempo después de que su perro muriera, y que también se preocupaba por las cosas que aún no habían pasado.

Ahora todo está lleno de interrogantes todo el tiempo: dónde viviremos, dónde trabajaremos, saldrá adelante el proyecto Traza & Igueira y qué haremos con nuestro futuro.

Pero todavía algunas mañanas me levanto con el clásico nudo en la barriga y me tientan las maravillosas pastis Tranxilium (en su equivalente genérico porque ya no se recetan "cosas de marca") que tengo en el armario de la cocina. Intento controlar los pensamientos y pensar en cosas bonitas, como en Brincadeira, en mi novia, en unas vacaciones imaginarias por Gerona con una parada en el Bulli, o en una casa al estilo Lacaton y Vassal cerca de una playa en Bretaña donde nunca voy a vivir...Pero en vez de eso pienso en cosas que me generan estrés y en recuerdos de todos los que se han ido o han podido irse. Y se me llena la cabeza de fotos de otros veranos (del verano del 93, del 97, del 2004, del 2009), y son fotos de mis padres, y de mi hermano, y de mis abuelos, y de la primera persona de la que estuve enamorada, que también era mi amiga y que ya nunca me escribe, ni siquiera para preguntar si mi padre se ha curado o se ha quedado ciego.

Pienso en todas las cosas que ya no vuelven, en cómo dejamos pasar la vida, en que ya nunca volverá a ser como antes del accidente y antes de la enfermedad, en que las personas y los animales que queremos se van y no vuelven, que no se puede volver atrás y pienso, como mi padre cuando perdió a su padre, que nos arrepentimos de no haber dado más abrazos y haber dicho más a nuestros padres que los queremos.

En fin, fue positivo intercambiar incertidumbres y ansiedades. Pasó la tarde y al volver de trabajo me tumbé un rato en el parque germanófilo, como siempre, a ver la tarde caer, los perros, los jovenzuelos pelando la pava, los árboles y a sentir un contacto con algo parecido a la naturaleza en medio de una ciudad que en verano se vuelve inmensamente asquerosa.




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